Operaban bajo identidades falsas y utilizaban una galería de arte y un negocio informático como fachada para sus actividades de espionaje.
El presidente ruso, Vladimir Putin, los recibió personalmente en Moscú y les otorgó la Orden al Valor en reconocimiento a su servicio al país.
Anna y Artiom comenzaron su carrera como espías en 2009 tras un riguroso entrenamiento de tres años. Desde 2012, operaron fuera de Rusia bajo identidades falsas, adoptando completamente la cultura y el idioma hispanoamericano. Vivían en Eslovenia desde 2017 con pasaportes argentinos y, según las autoridades, su misión incluía infiltrarse en redes estratégicas europeas.
Los Dulceva enfrentaron cargos por espionaje y falsificación de documentos, pero sus sentencias en Eslovenia coincidieron con el tiempo ya pasado en prisión. A su regreso a Rusia, confesaron que incluso sus hijos desconocían su verdadera identidad.
En una entrevista con la revista Espía del Servicio de Inteligencia Exterior de Rusia, Artiom destacó el impacto de su vida encubierta en su familia:
"Ahora lo importante es ayudar a nuestros hijos a adaptarse y enseñarles sobre Rusia".
Los niños, que crecieron como hispanohablantes y católicos, descubrieron su verdadera nacionalidad solo tras el canje. Su integración en Rusia ha sido difícil, especialmente por las barreras culturales y lingüísticas.
El caso Dulceva pone de relieve la capacidad de Rusia para mantener redes clandestinas de espionaje en Europa. Además, resalta los desafíos de la contrainteligencia occidental frente a operaciones encubiertas sofisticadas. La detención de la pareja en Eslovenia fue un duro golpe para Moscú, pero su liberación y condecoración subrayan la importancia estratégica que el Kremlin otorga a sus agentes.
Este intercambio también incluyó a figuras como el periodista de origen ruso Pablo González, detenido en Polonia bajo sospechas de espionaje, y la liberación de otros 15 prisioneros por parte de Rusia, destacando la complejidad de las negociaciones internacionales en torno al espionaje.