Arrestado con el arma homicida y pertenencias de la víctima, Saldaño se convirtió en el primer argentino condenado a muerte en Estados Unidos, iniciando una batalla legal que ya lleva casi tres décadas.
En el juicio de 1996, Saldaño recibió la pena de muerte, una sentencia que luego sería anulada debido a que el proceso estuvo contaminado por racismo. Sin embargo, un segundo juicio en 2004 repitió el fallo. Desde entonces, la defensa ha denunciado al sistema judicial estadounidense por violar derechos humanos fundamentales. Juan Carlos Vega, abogado de Saldaño, afirma que el caso expone "racismo judicial en su mayor expresión".
Lidia Guerrero, madre de Saldaño, ha dedicado su vida a evitar la ejecución de su hijo. Con 76 años, recuerda el impacto devastador de enterarse del arresto. Aunque Saldaño nunca negó el crimen, Lidia insiste en que su hijo, bajo los efectos del alcohol y las drogas, no tenía intención de matar. Desde su último abrazo en 1996, sus visitas han sido a través de vidrios blindados en la prisión de máxima seguridad Allan B. Polunsky.
En 2016, el Papa Francisco intervino en el caso, condenando la pena de muerte y pidiendo justicia para Saldaño. Este respaldo ha sido crucial para mantener viva la lucha. Ahora, la defensa ha solicitado al nuevo canciller argentino, Gerardo Werthein, que presione diplomáticamente a Estados Unidos para conmutar la pena y trasladar a Saldaño a una institución psiquiátrica.
Con casi 30 años en confinamiento, Saldaño enfrenta graves problemas mentales tras múltiples intentos de suicidio. Según Vega, "cuatro años en el corredor de la muerte degradan psicológicamente a cualquier persona; Saldaño lleva casi tres décadas". La defensa también busca un resarcimiento económico por los daños sufridos.
El caso Víctor Saldaño no solo pone en evidencia fallas en el sistema judicial estadounidense, sino que también representa un desafío para la diplomacia argentina y el respeto por los derechos humanos. Mientras tanto, Lidia Guerrero mantiene viva la esperanza, a pesar de los años y los obstáculos. "No puedo rendirme, porque mi hijo sigue allí, esperando justicia", concluye.