
Mucho se escuchó y se leyó en las últimas semanas sobre la muerte de la joven estudiante universitaria. Innumerables fueron las versiones que se tejieron en torno a conocer qué pasó en un caso policial sin precedentes en la ciudad de El Gorosito, de un crimen que alarmó a toda una región. La fría letra de los textos periodísticos narraron crónicas sobre un asesinato, sobre un brutal ataque, sobre un suicidio. Pero poco se dijo de lo que pudo ser un doble femicidio y la posible aprehensión del violento agresor si la policía ingresaba a la vivienda ante un delito en flagrancia (que se estaba cometiendo en ese momento en el que fueron alertados por el llamado de un vecino), y mucho menos de lo que verdaderamente ocurrió esa mañana en la casa del barrio 13 de diciembre.
En las últimas horas de este jueves, La Vanguardia Noticias pudo acceder a la información de la autopsia al cadáver de la víctima y a las conclusiones médico forenses, y cada dato es ciertamente estremecedor.
Los detalles de la inspección resultan difíciles de procesar por su nivel de brutalidad. Según reza lo compartido por fuentes judiciales, el cuerpo de Antonella hablaba de una violencia sostenida y desenfrenada, con numerosas heridas visibles, internas y externas, compatibles con un “homicidio por múltiples lesiones de arma blanca, en contexto de overkill”, un anglicismo que se utiliza en casos donde se observó una gran cantidad de heridas, excediendo lo necesario para causar la muerte.
Debido a este sangriento marco, el forense determinó que el femicida puso en “estado de indefensión a la víctima con golpes de puño en cráneo y rostro”, además de realizarle “estrangulamiento por lo menos durante dos minutos, debido a que no llegó a perder el conocimiento”.
Asimismo, el profesional médico indicó que “posteriormente habría sufrido las lesiones por arma blanca”, presentando también lesiones de defensa. Y que por lo evaluado en el cuerpo del femicida, éste “asestó múltiples puñaladas desde atrás y desde adelante de la víctima”.
Si algo queda en claro de la lectura del informe, es que Nicolás Moyano actuó con saña y odio hacia su pareja, debido a la cantidad de lesiones agrupadas en la región “cráneo, rostro, en cuello y tórax superior”. Y aquí un dato por demás perturbador: por las profundas laceraciones sufridas, Antonella murió tras “una agonía lenta”.
Otro dato llamativo, es que el forense sugiere que se considere que el femicida actuó bajo la conducta psiquiátrica que se conoce como “el síndrome de Amok”, que se define como “una súbita y espontánea explosión de rabia salvaje que hace que la persona afectada corra alocadamente o armada, y ataque, hiera o mate indiscriminadamente a los seres vivos que aparezcan a su paso hasta que el sujeto sea inmovilizado o se suicide”.
Según los especialistas, este patrón suele estar asociado a una acumulación previa de frustraciones, humillaciones o situaciones límite, que derivan en una explosión letal, tras la cual el agresor puede “quedar en estado de confusión, amnesia o incluso intentar suicidarse”. Moyano, que mantenía una relación marcada por el control y los celos, habría atravesado esa línea crítica que convierte la posesión en violencia y la violencia en crimen.
Por otro lado, el informe hace también referencia a que “es posible confirmar que en el hecho que se investiga se habrían utilizado por lo menos dos armas blancas y que las mismas serían monocortantes. Una con hoja de unos 30 milímetros en su mayor ancho y otra con hoja de unos 50 milímetros en su mayor ancho”.
La muerte de Antonella se produjo por paro cardiorrespiratorio traumático, debido a shock hipovolémico por múltiples lesiones de arma blanca en cuello y torácicas con lesión de grandes vasos del cuello y pulmonar. En tanto su femicida, Nicolás Moyano, se asestó un certero corte en la yugular, lo que le causó un inmediato fallecimiento.
Aún quedan varios nudos que desatar, muchas preguntas por responder en este caso que no hallará condena para su responsable.
Quién explicará por qué la policía no ingresó a la vivienda. Quién detallará las causas sobre por qué se quedaron estupefactos ante la comisión de un delito, ante los gritos y la sangre; y ante la aprobación, que consta en las declaraciones testimoniales de la madre del femicida, y herida por él, y el vecino que acudió en su ayuda, para que ingresen a la vivienda. Quién dará cuentas de qué quizás si hubieran actuado a tiempo, Moyano hoy estaría por lo menos detenido y podría pagar por lo hecho. Quién se hará cargo de la desobediencia al artículo 186 del Código Procesal Penal de nuestro país, que establece que los encargados de la prevención deben comunicar inmediatamente al juez competente y al fiscal la iniciación de actuaciones de prevención, y de que no llegó esta comunicación sino tres horas más tarde desde el Hospital, y no por la comisaría interviniente por jurisdicción.
De igual manera, ninguna respuesta devolverá la vida a Ariana Antonella Aybar, pero sí es necesario que se abra un camino ineludible hacia la justicia y la memoria, para que su historia no se repita, para que cada mujer pueda vivir sin miedo y para que quienes tienen el deber de protegernos cumplan con su palabra, con su misión, con su función, con su responsabilidad.