
La elección fue anunciada desde el balcón por el cardenal Dominique Mamberti, con la tradicional fórmula en latín: “Habemus Papam”. De inmediato, las plazas del Vaticano estallaron en aplausos cuando se reveló el nombre de Prevost, un hombre cercano a los valores del Papa Francisco, tanto en su perfil como en su trayectoria.
Prevost fue prior general de los agustinianos, obispo de Chiclayo en el noroeste del Perú —designado allí en 2014 por el propio Francisco— y más recientemente prefecto del Dicasterio para los Obispos, el organismo clave que define quiénes serán los futuros obispos de la Iglesia en todo el mundo. Desde ese rol estratégico, el nuevo Papa fue uno de los principales articuladores del legado de Francisco, con quien compartió una visión de Iglesia social, sinodal y cercana a los pobres.
En sus primeras palabras públicas, el Papa León XIV no solo recordó dos veces a su antecesor, sino que lo hizo con emoción y en español, provocando una respuesta afectiva inmediata entre los fieles congregados. Entre lágrimas, agradeció al pueblo católico y pidió rezar por el mundo “más allá de las fronteras, los idiomas y las diferencias”.
Los diarios peruanos y estadounidenses celebraron la elección con orgullo. Tuvieron que pasar 266 papas para que un estadounidense ocupara el trono de Pedro. Y aunque nació en Chicago, su corazón y su vocación pastoral crecieron en América Latina. En Perú, donde vivió y ejerció durante más de una década, solía visitar los barrios más pobres y trabajar con migrantes y comunidades rurales. Esa cercanía, según analistas vaticanos, fue clave para que Francisco lo eligiera como uno de sus hombres de mayor confianza en Roma.
Ahora, como Papa, Robert Prevost se enfrenta al desafío de gobernar una Iglesia global con heridas internas y tensiones conservadoras. Pero lo hace con una impronta que ya es conocida y valorada: humildad, apertura y un fuerte compromiso con los más vulnerables.