En los pasillos del poder, las encuestas y sus interpretaciones se vuelven armas de doble filo. Javier Milei, en su reciente ascenso presidencial, atraviesa lo que muchos describen como una "luna de miel" política, una etapa donde la imagen positiva repunta y el optimismo envuelve las expectativas. Sin embargo, el análisis de los datos revela una historia más compleja que la que puede dictar la euforia del momento.
De acuerdo con el último sondeo de Zuban Córdoba, la percepción positiva del gobierno ha crecido seis puntos entre octubre y noviembre, mientras que la desaprobación cayó en igual medida. Este dato ha sido leído por algunos como un indicio de que las políticas de Milei comienzan a surtir efecto. Sin embargo, al profundizar en las encuestas, emergen fisuras que ponen en duda la solidez de este respaldo.
Un ejemplo contundente es la percepción sobre la inflación. Según la consultora Tendencias, aunque el 30% de los encuestados ahora afirma sentir mejoras en su bolsillo, una mayoría sigue evaluando que los ajustes económicos no han revertido el deterioro acumulado. La promesa de domar la inflación, piedra angular de la campaña de Milei, enfrenta todavía el escepticismo de quienes cuestionan si los salarios realmente están ganándole a los precios, algo que un 63% de los encuestados rechaza.
Otro punto crítico es la adhesión al ideario libertario de Milei. La encuesta muestra que la mayoría de los argentinos no avala medidas clave del modelo propuesto, como la privatización de empresas estatales o la eliminación de impuestos progresivos. Incluso declaraciones recientes del presidente, como la utilidad exclusiva de las universidades para las clases medias y altas, han sido mayoritariamente rechazadas por la población.
Un dato inquietante para el oficialismo es la pregunta sobre si los argentinos votarían para "ponerle un límite al ajuste". Aunque Milei parece mantenerse sin contrapesos claros, esta orfandad opositora no necesariamente traduce un apoyo unánime a sus políticas, sino una falta de alternativas competitivas. Las tensiones internas en el peronismo, los sindicatos fragmentados y una CGT desdibujada dejan un vacío que Milei capitaliza con habilidad, pero que podría volverse en su contra si emergiera una figura opositora capaz de canalizar el descontento.
El concepto de "casta", un emblema discursivo de Milei, también enfrenta una paradoja. Mientras este término ha calado profundamente en la gramática política argentina, las encuestas comienzan a señalar que una porción creciente de la sociedad ya percibe al propio Milei como parte de esa élite. Según la consultora, casi el 60% de los encuestados lo considera parte de la "casta", una percepción que se intensifica entre los sectores más afectados por los ajustes.
En este tablero político, Milei avanza casi en solitario, sostenido por una narrativa triunfalista que resuena tanto en los medios como en las redes sociales. Pero el verdadero desafío no será mantener la "luna de miel", sino demostrar que sus políticas pueden transformar el entusiasmo inicial en resultados tangibles para una sociedad que, a pesar de los cambios, sigue cargando con viejas heridas.